Ser un reloj

Me senté en una plaza a las siete de la mañana, aturdida por el sueño y con ganas de dormir como mendiga, no importaba como pero descansar. Esto me pasaba por pertenecer en un mundo lleno de rarezas que tuve que retirarme de mi hogar a semejantes horas a ver como el sol me acariciaba el rostro y el viento me daba el beso que mi madre jamás me dio diciendo –buenos días tesoro-.

Con mis ojos entrecerrados, y mis ojeras púrpuras, vi acercarse a mí un señor cuarentón que corría alrededor mío ejercitándose.

_ ¿Buenos días niña, qué haces a estas horas sola en la nada?

_ Nada señor, veo el tiempo pasar, a veces me gustaría ser un reloj ¿sabe?

_ ¿Un reloj?

_ Me gustaría ser un reloj y ser el único que se detiene mientras los demás echan a andar sus vidas. Ser aquel que pueda hacer a su antojo el día y la noche y resaltar los momentos eternos; poder programar una alarma para vivir el momento perfecto en el tiempo justo y vivir inmersa en la infinidad. Que mi batería sea recargada por las noches de bienestar y que mis engranajes estén hechos de manera irrompible para vivir en mis días eternos sin necesidad de diferenciar entre la niñez, adolescencia, la adultez y la vejez. Ser un reloj sin números ni agujas que marquen nada, y no saber qué es el tiempo y ver como la gente que cree y dice avanzar, solo retrocede, porque su reloj, si anda, y se los ve envejecer y consumir el tiempo y arrepentirse de no haber vivido como si los días fueran inagotables. Sí, me gustaría ser un reloj