
Donde las movidas van más allá del juego
Me senté en una plaza a las siete de la mañana, aturdida por el sueño y con ganas de dormir como mendiga, no importaba como pero descansar. Esto me pasaba por pertenecer en un mundo lleno de rarezas que tuve que retirarme de mi hogar a semejantes horas a ver como el sol me acariciaba el rostro y el viento me daba el beso que mi madre jamás me dio diciendo –buenos días tesoro-.
Con mis ojos entrecerrados, y mis ojeras púrpuras, vi acercarse a mí un señor cuarentón que corría alrededor mío ejercitándose.
_ ¿Buenos días niña, qué haces a estas horas sola en la nada?
_ Nada señor, veo el tiempo pasar, a veces me gustaría ser un reloj ¿sabe?
_ ¿Un reloj?

Lo más cómico que me pudo suceder; iba caminando rumbo a mi casa, contenta del día bonito que tuve y de repente veo en el semáforo para cruzar la calle a tres chicos que hacían trucos a voluntad; dos tocaban la guitarra, el otro hacía malabares.